Image courtesy of Lagula Arquitectes
Pasear por el campo de Graugés, un paisaje de suaves lomas en el valle entre la Depresión Central Catalana y el Pre-Pirineo, encontrar los dos lagos y descubrir una traza. Una quebrada asoma diagonalmente y surca el territorio, una quebrada querida y artificial que cristaliza en un muro de hormigón y ladrillo.
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Las estancias, los cuerpos auxiliares, la piscina, el jardín, el huerto, se abrazan al muro y configuran la casa.
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Acomodar las tierras y modelar futuras topografías familiares de niños bajando en patinete por la rampa interior de acceso. Primer elemento de la espiral que configura la casa y reconoce la orografía del terreno natural. Uno, la rampa. Dos la cocina y el comedor en los que desembarca la rampa. Tres, cambio de sentido, cinco escalones y el estar abierto al comedor y al jardín. Cuatro, otros cinco y la habitación principal. Cinco, cambio de sentido y ya sobre la rampa de acceso, otros cinco y un dormitorio. Seis, los últimos cinco y otras dos habitaciones sobre la cocina.
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Siete, a la espera de un palo de bomberos que, presumiblemente, nunca llegará.
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Procurar capturar la recurrente luz del atardecer bajo una cubierta, de faldón único, diligentemente inclinada para no ofender a las autoridades locales ávidas de teja árabe color tradicional y, a la vez, arrodillarse dignamente hacia la calle, perturbando lo mínimo al transeúnte y acumulando el volumen hacia el jardín.
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Crece la casa hacia atrás, cubriéndose graciosamente según la traza descubierta.
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Mirar de arriba a abajo y de abajo a arriba, tocar el techo de hormigón con la mano y con la cabeza; la altura se dilata y se contrae para delimitar los espacios más públicos y recoger los más privados. Adecuar la escala a las diferentes situaciones que se dan en el recorrido.
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Construir la casa como el proceso jerarquizante que sirvió también para pensarla, añadiendo procesos y elementos. Una estructura de hormigón potente y determinante, necesaria para sostener la piel exterior. Sumarle el resto y cerrar el cobijo: celosía de ladrillo, machones de obra y carpinterías a un lado y porticones al otro.
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En el interior se expresa el hormigón en pantallas y techo, en contraposición a franjas verticales de impoluto yeso. Cuerpos revestidos de cerámica esmaltada de vivos colores salpican el espacio y albergan las piezas de servicio.
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